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La edad media, con sus princesas encantadas, sus fríos castillos, sus intrigas palaciegas y sus patas de cordero en opulentos banquetes, es tu elección. Te tumbas en la cuna y sigues las sencillas instrucciones de Klaus: cierra los ojos y duerme. Sin embargo, hay algo que te preocupa.

- ¿No me van a vacunar? - inquieres.

- ¿Para qué?

- La peste, el moquillo, ya sabes, esas enfermedades...

- Sí, claro, claro. Qué tonto, se me había olvidado.

Te parece escuchar algo así como "maldición" cuando Klaus se gira en busca de la vacuna. Minutos después, comienza tu onírico viaje. Sientes una ligera sacudida y abres los ojos. Estás de pie en mitad de una huerta inmensa.

De azul cristal es el cielo, sin toda la polución de los tiempos modernos. El sol brilla más fuerte incluso. Retazos de nubes decoran la maravillosa bóveda celeste, en cuyo horizonte, se recorta la silueta de una granja.

Caminas hacia ella deleitándote con el aire puro. De la casa, sale un chico joven. Viste unos harapos lamentables, típicos de la época. Está sucio, su pelo parece haber sufrido el paso de un huracán y huele mal.

- ¡Arrodíllate ante mí! - exclamas poniendo en práctica, algo que siempre quisiste hacer - Tengo poderes mágicos. Soy capaz de hacer... ¡Fuego!

Sacas el encendedor, y cuando aparece la pequeña llama, la mueves delante del joven, de un lado a otro. Este, lejos de sorprenderse, se vuelve hacia la casa y grita:

- ¡Apa! ¡Aquí hay un hombre que dice que me arrodille delante suya y no se qué de un mechero!

La puerta de la granja se abre de par en par, y en el vano, aparece un labriego. Por la edad parece ser el padre. En sus manos, porta una escopeta que no duda en apuntar hacia ti con malas intenciones.

No esperas a comprobarlas. Sales corriendo campo a través, mientras los perdigones caen a tu alrededor. No sabes donde te han mandado, pero la edad media seguro que no es.

Cuando compruebas que el granjero no te sigue, continuas a paso mas calmado. Llegas al borde de una carretera. La sigues sin saber muy bien hacia donde vas. Intentas parar uno de los escasos coches que la transitan, pero ninguno de ellos se detienen. Son modelos antiguos. Recuerdas haberlos visto en una copia del Nodo que tenia tu abuela y que te ponía

Harto de caminar, te tumbas en la carretera. Así tendrá que frenar alguien. Diez minutos después, un viejo Seat clava sus ruedas en el asfalto, a pocos centímetros de tu estomago. De él, desciende una mujer, muy alterada.

- ¿Se encuentra usted bien? - te pregunta

Te incorporas lentamente, dispuesto a seguirle el juego.

- Iba caminando y de pronto me desmayé. No recuerdo nada más.

- ¿Cómo se llama?

- No lo sé - mientes - ¿Dónde estamos?

- A las afueras de Alcover, en la provincia de Tarragona.

- ¿Y qué día es?

- Pues 12 de Mayo - te dice con preocupación - Sí que está usted mal, ¿eh?

- ¿De que año? - vuelves a preguntar.

- 1960.

- 1960... - repites para ti. - ¡Esa maldita máquina no sirve para nada!

La mujer te coge del brazo y te conduce al asiento del conductor.

- Venga conmigo, le llevaré a mi casa. Después de comer seguro que se encuentra mejor. Por cierto, soy Ariadna Feliu.

Le das la mano. Es suave como un picardías de raso. Te das cuenta de lo bella que es, pese a que los estragos de la edad han comenzado a derribar con meticulosidad las perfectas facciones de su rostro y comienzan a hacer mella en su rostro de porcelana. Si fuera tu madre, dios te mandaría de una patada al infierno sin esperar a tu muerte, por pervertido, por suerte no lo es.

Apenas ha transcurrido media hora cuando salís de la carretera principal y tomáis un camino de tierra  que va a desembocar en un pequeño palacete.

Te presenta a su esposo, Bernardo y sus hijos: Javier y Ricardin. Durante la comida, te cuenta la historia de la familia. Tienes el honor de compartir mesa con los Condes de la Calcerolla. Nobles desde los tiempos de los reyes católicos, que ahora sobreviven bajo el régimen del generalísimo.

Al llegar a los postres, sientes una urgencia.

- ¿Donde está el baño por favor?

- En el piso de arriba hay varios. El mas cercano es por el pasillo de la derecha después de subir las escaleras, al fondo, la puerta de la izquierda.

La orientación nunca fue lo tuyo. Abres una puerta tras otra, sin encontrar tras ellas el ansiado trono. Subes y bajas de un piso a otro, totalmente desorientado, hasta que, presa de la frustracion, golpeas la cabeza de una copia del Discóbolo, que adorna uno de los pasillos. A su lado, un compartimento secreto se abre con un crujido.

Te adentras en él. El polvo en el ambiente, te hace respirar con dificultad. Está todo muy oscuro. Avanzas tentando la pared, hasta tocar algo blando. La luz de un candil ilumina la estancia. Tienes la mano sobre la cabeza de un anciano, que te apunta con un fusil antiguo. Algo a lo que estas empezando a acostumbrarte.

- Fuera de aquí o te hago un nuevo ombligo, ¡¡¡Rojo!!!

Corres y corres hasta que por fortuna, vuelves al salón, pálido y cubierto de polvo. Los condes preguntan por tu estado y les cuentas el encuentro con el anciano. Enmudecen de inmediato, hasta que finalmente Ariadna, accede a contártelo todo.

- Ese que has visto es Ricard, mi abuelo, un miembro de la falange. Está ahí encerrado desde mediados de 1938. Piensa que la república gano la guerra y por eso se esconde. De vez en cuando le pasamos comida y algo de ropa, y el nos deja tranquilos.

- ¿Pero por qué no le dijeron la verdad?

- Porque así podemos disfrutar de su herencia sin problemas.

De pronto Ricard entra al salón.

- Ariadna, los rojos nos invaden - exclama excitado - debemos montar una linea de defensa....

Entonces te ve, y te dispara.

Sales al jardín, te acorrala contra la puerta del garage. Piensa algo para evitar que termine ahí tu viaje al pasado...




. Si le dices la verdad, que la guerra la gano Franco, ve al post 68

. Si le mientes, le sigues el juego, pero te haces pasar por un falangista, ve al post 92