- ¡¡La guerra la ganó Franco!! - gritas con todas tus fuerzas.
El anciano se queda paralizado. Intenta balbucear algo, pero no puede. Tira la escopeta al suelo y camina por el jardín metido en sus pensamientos. De pronto, corre hacia ti. Abre la puerta del garae y se lanza sobre una moto con sidecar.
- No es posible, tengo que ir a verlo por mi mismo... - murmura mientras se coloca unas vetustas gafas de motociclista.
Te vas con el, por si a la familia se te ocurre matarte por haberle dicho la verdad. Montas en el sidecar y el viejo arranca hacia el pueblo. La plaza está abarrotada. Es domingo y la gente aprovecha el buen tiempo para charlar en la calle.
El viejo aparca junto a la fuente que marca el centro geográfico de la localidad. Se sube a ella y comienza a gritar loas al caudillo, provocando un gran alboroto. Pronto ya no queda nadie en la plaza, sólo dos policías secreta, que lo bajan de la fuente y comienzan a interrogarle.
- ¿Quién es usted? - escupe uno de ellos.
- El conde de Villavic - responde orgulloso el anciano.
Los policías se miran con un gesto de condescendencia.
- ¿El conde de Villavic eh? Su cara no me suena.
- Es porque he estado muchos años encerrado. Mi familia me dijo que la guerra la habían ganado los rojos...
- ¿Así que familia de rojos eh?
Sin mediar palabra, los policías alzan en volandas al conde y se lo llevan al cuartelillo más cercano. La última vez que lo ves, trata afanosamente de demostrar que se trata de un error.
Tomas prestada la moto, dispuesto a irte del pueblo, pero no controlas bien el acelerador y se te va, atropellando a una cabra en el proceso.
Para cuando consigues frenar, una turba de pueblerinos te rodean coléricos, la cabra que has atropellado iba a ser lanzada desde el campanario en las fiestas del pueblo. En vista de tu crimen, deciden sustituir a la cabra por ti.
Al caer la noche, el herrero local sube contigo a lo alto de la torre. Sin contar hasta tres, te lanza al vacío entre vítores y pitos. Cierras los ojos para no ver tu propia muerte, pero esta no llega y la sensación de caída libre ha desaparecido.
Abres los ojos y ves multitud de caras que te miran sonrientes. Entre ellas, distingues el rostro de Klaus.
- Bienvenido de vuelta Aurelio. El experimento ha sido todo un éxito.
Un par de horas después, vuelves a notar el contaminado aire de la ciudad, inundando tus pulmones. Media hora de autobús y estarás en casa. Tu madre estará contenta con el suculento cheque que te has ganado.