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Firmas el impreso de la marina real que extiende ante ti el reclutador. Este te da la enhorabuena y los documentos acreditativos de tu nueva condición, donde viene señalada la dirección del puerto hacia el que tienes que dirigirte. Tu destino es el H.M.S. Mechas, una galeaza veneciana del siglo XVI.

Cuando ves ese montón de madera putrefacta ante tus narices, no puedes creerlo.

- ¿Cómo demonios flota esto? - preguntas al aire.

Es el mismo aire el que te trae la respuesta en boca del timonel de la nave, que está ayudando al resto de la tripulación a cargar la nave con los pertrechos necesarios para el largo viaje que os disponéis a realizar.

Te informa de que puedes encontrar al capitán en su camarote en la cubierta de popa. Das un par de golpes en la puerta.

- Adelante.

Si los sonidos que producen las cuerdas vocales fueran golpes, aquella voz te habría dado una paliza que te hubiera mandado al hospital.

Cualquier imagen que tu mente podría haber formado sobre el capitán es aplastada por la fornida figura de un hombre musculoso, bronceado por el sol meridional a juego con una melena platino ondulado como las olas del mar, que viste una camisa que le deja el pecho descubierto y pantalones de cuero.

Te presentas como el nuevo marinero. Él es el Capitán Furias, terror de los seis mares. En el séptimo no le conocen aún y en eso consistirá vuestro viaje de dos años.

Zarpáis tres días después, debido a problemas de intendencia. Nadie va a despediros al puerto, pues la tripulación está formada por gente sin familia, ni amigos; ni siquiera acreedores.

Navegais durante meses hacia el sur. Siempre hacia el sur. Incluso cuando el mismísimo dios Neptuno levanta murallas acuáticas frente a vuestro navío.

Al fin, una tarde en que juegas a los dados con el contramaestre, el vigía divisa tierra. El Capitán Furias las examina con su catalejo. Parece un archipiélago de islas frondosas, cuajada de palmeras y fauna exótica.

Junto con cuatro marineros más, desembarcas en la isla más grande en busca de suministros.
En la playa os reciben un grupo de aborígenes totalmente desnudas. Se acercan a vosotros para colocaros un collar de flores.

Una vez habéis recolectado comida y agua en abundancia para continuar vuestro viaje hacia el sur, volvéis al barco, pero no puedes borrar de tu mente los senos salvajes de aquellas mujeres tan hospitalarias que llegaron a ofrecerte su cama.

Intentas convencer al capitán de que os detengáis unos meses allí. Para descansar de los rigores de la expedición y hacer acopio de fuerzas. Pero Furias se mantiene inflexible.

Aprovechando que la tripulación está en cubierta, haces un llamamiento a la rebelión. Pero los marineros son reacios. Intentas hablarles de las bondades de las nativas.

- ¿No has oído lo que dicen de la marina chato? - replica el oficial del puente - Si al menos hubiera algún chulazo...




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