Aprovechando que tienes las instalaciones para ti solo, te diriges al lugar que todo alumno ha querido profanar, a lo largo de la historia: la sala donde se guardan los expedientes académicos.
La puerta está cerrada con un candado, pero puesto que no hay nadie para reprobar tu actitud, coges el extintor y de un golpe seco, lo haces trizas, dejando expedito el camino a los secretos del alumnado.
Te diriges al archivador con la letra C. Allí entre Ciempies, Adela y Cientovolando, Manuel, yace la carpeta con tus notas y las anotaciones que los profesores hicieron sobre ti, el tiempo que estuviste estudiando la carrera.
Lo que lees no te gusta nada: "Vago", "A veces parece que esté en un casino", "Me tocó las tetas, él dice que fue un traspiés, pero recomiendo a todos que no se le acerquen a menos de diez metros"... Esta última te duele especialmente. La primera vez si que fue sin querer.
Dejas en su sitio la carpeta y repasas los nombres de las adyacentes, en busca de algún conocido.
Pero hay algo que te impide concentrarte. Empieza como un ligero murmullo en el viento, que se va convirtiendo en un rítmico sonido de tambores, cuyas notas, parecen llamarte.
Sigues la estela sonora, hasta el pie de la torre de la hechiceria, nombre que recibe una torre de ladrillo rojo, de la que nadie, nunca tuvo idea de la función que cumplía.
La puerta está abierta y el interior, iluminado por antorchas. Una escalera se adentra en las profundidades. Los tambores parecen venir de allí.
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. Si te adentras en la torre, ve al post 60