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Sin pensarlo, sacas una banana de tu bolsillo y le apuntas con ella.

- Más rápido que tú, hijo de perra. Te he visto venir, borde.

- ¿Cómo? - el atracador parece confundido. Mira a tu banana y luego te mira a ti.

- Cagón - le espetas sin apartar tu mirada de él.

- Oye, oye...

- Bueno aquí estoy venga, atrévete. Empieza tú. Atácame.

- ¿Quieres que te pegue un tiro? Oye que yo solo quiero tu dinero. Pero bueno, si insistes - el atracador quita el seguro del revolver.

- Ni lo intentes, cabronazo - le adviertes.

- ¿Pero en qué quedamos?

- ¿Are you talking to me?

- Pero... pero tío, ¿de dónde has salido tú? ¿Qué haces hablándome en inglés? Claro que estoy hablando contigo. ¿Acaso hay alguien más aquí? - Se gira para dar fuerza a su pregunta, momento que aprovechas para atizarle con la banana en el cogote, dejándolo inconsciente al instante.

En ese momento, la calle se llena de curiosos que se acercan a ver el cuerpo. Ya podrían haber salido antes.

Tras cerciorarse de que está en el mundo de los sueños, empiezan a gritar de alegría. Te aclaman como su salvador.

- ¡Al fin alguien le ha parado los pies al Risitas! - gritan alborozados.

La ciudad necesitaba un héroe y escogió a la primera persona que les ofreció la esperanza de serlo. Un desconocido sin pasado, con un presente dedicado a erradicar el mal que asola la tierra. Todo muy bonito de no ser porque con el golpe, tu banana se ha partido en dos.

Un pequeño niño, enfermo, medio cojo y sucio se acerca a ti exultante.

- Ahora vendrán todos los rufianes a buscarte. - te informa.

- ¿Qué es esto, OK Corral? ¿No pueden hacer su crimen y volver a casa a disfrutar de él?

Un aullido estremece los corazones de los presentes, que miran atemorizados de un lado a otro para a continuación, volver a sus escondrijos y alejar de su vista la maldad encarnada en la piel de uno de los mayores criminales que haya conocido el mundo.

Los ves acercarse, furiosos, ansiosos por beber tu sangre y aplastar el germen de la ley y el orden que amenaza con manar de ti. Recuerdas haber visto otra situación así, en "Sólo ante el peligro" o "Los fantasmas atacan al jefe", no estás muy seguro.

Tus piernas te ahorran el pensar que hacer, pues ellas solas se han puesto en movimiento en dirección contraria a la turba de criminales. Te deslizas entre callejuelas sórdidas sin saber si al girar esa oscura esquina, te darás de bruces con un asesino o una vendedora de Avon. Necesitas encontrar un refugio seguro, pero todas las puertas frente a las que pasas están cerradas. Todas menos una. Te zambulles dentro del edificio sin mirar el cartel sobre el quicio.

La habitación a la que has ido a parar es de decoración espartana. Sólo hay una silla y una mesa. Tras ella, un viejo con uniforme, tuerto y manco. A juzgar por la pierna de madera apoyada en el lateral del escritorio, puede que sea cojo.

El único ojo que le queda, te mira con una expresión que definirías como alegría, de no ser porque no ha movido un solo músculo de la cara.

- Firma aquí - te dice.

- ¿Cómo?

- Aquí tienes el contrato chico. Firma donde dice: El pardillo.

- ¿Para qué tengo que firmar?

El viejo te mira como si se hubiera enterado de la existencia de los parches pirata.

- Para unirte a la legión extranjera por supuesto. Todo el que entra a nuestras oficinas debe alistarse. Es la ley.

- P...pero - balbuceas.

- Puedes elegir entre infantería y marina. Has tenido suerte, hubo una guerra ayer y tenemos muchas plazas vacantes.



. Si te alistas en la infantería, átate las botas en el post 82

. Si te alistas en la marina, saca tus pantalones pirata, pero que no te vea el capitán, en el post 39