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- A ver, Manolo, concéntrate que solo te quedan dos horas para dormir. - Te dices mientras te cubres la cabeza con la manta.

- Un momento - de pronto caes en la cuenta- yo no me llamo Manolo, me llamo Aurelio.

Dejando de lado que Manolo es un nombre más bonito que el que te puso tu padre en venganza por ser hijo del lechero, lo cierto es que te sientes algo confuso.

- Es verdad macho, tú te llamas Auri.

- ¿Quién ha dicho eso? ¿Auri? No me llamaban así desde la EGB y ahora ya ni siquiera existe.

Una voz, esta vez femenina, se une a la discusión que esta teniendo lugar en tu mente.

- Me gusta Manolo. Es un nombre varonil, tiene fuerza, raza, furia, potencia sexual...


Abres los ojos y como por arte de magia te encuentras en una pradera inmensa, rodeada a lo lejos por un bosque de altos robles. Frente a ti, una chica de cabellos níveos y disfrazada de conejita de Playboy se contonea lascivamente. Lo de "disfrazada" es un eufemismo de "en pelotas con unas orejas de conejo".

Das un paso al frente para saludarla o acariciar sus senos (si se deja) pero en cuanto levantas el pie ella se aleja de ti.

- Tranquila, no voy a hacerte nada - le aseguras conciliador.

Ella no abre la boca (ya te gustaría). Se limita a señalar a tu entrepierna hinchada.


- Bueno, al menos nada malo. - Tratas de defenderte.

No pica con el viejo truco de las bondades del sexo casual (¿Qué mujer sí?) y echa a correr hacia la linde del bosque. La sigues a toda velocidad, pero al introducirse entre los gruesos árboles, parece esfumarse.

Continuas caminando hasta llegar a un claro. Allí tampoco está. Cansado, te sientas contra el tocón de un inmenso abedul.

- ¡¡Hola!! - exclama alguien a tu espalda.

Te levantas sobresaltado. Sobre el tocón se ha materializado un pequeño duendecillo verde que agita sobre su cabeza un largo bastón de caoba.


- ¿Estás siguiendo al conejo blanco? - te pregunta distraido.

- ... Sí, algo así- respondes tras unos instantes de reflexión.- ¿Quién eres tú?


- Me llamo Hongswallingdornhowards.

- Tu nombre es más largo que tu cuerpo.

- Es la 3.456.322.464º vez que me lo dicen (lo escribo en números porque no se como se dice).

No puedes evitar reírte ante su ignorancia, pues todo el mundo sabe que seria: la tres mil millones... antes de que puedas continuar te atiza con el bastón en la cabeza.


- Hey, eso ha dolido.

- Da gracias que no haya sacado la escalera. Para que veas que no soy tan malo y se lo comentes a mi agente de la condicional, te daré un consejo: ¡¡No sigas a la conejita blanca, o morirás a polvos!!

La advertencia del duendecillo te hace reflexionar...



. Si sigues a la conejita y te arriesgas a morir tras sesiones interminables de sexo salvaje, sacrifícate por todos los hombres del mundo en el post 4.


. Si hasta ahora seguir los consejos de los enanos te han dado buen resultado, como aquella vez que Webster recomendó no meter los dedos en los enchufes, adéntrate en el post 5.