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Das las gracias a Hongsy por el consejo, pero morir a polvos es el sueño de tu vida, por lo que decides continuar la persecución. Consigues recuperar el rastro acuoso que va dejando la conejita tras de si, el cual, por una misteriosa razón, inflama tu deseo por darle alcance y quitarle el disfraz.

Al salir del bosque, se extiende otro valle, que culmina en la distancia, en una nevada cordillera, a los pies de la cual se yergue una fortaleza de altas torres y muros gruesos como los muslos de Mariah Carey.

A lo lejos ves como la chica se dirige hacia allí velozmente. Dudas si seguirla, pero ya que has llegado tan lejos y a esas alturas cuentas con una tercera extremidad que te permite correr más rápido, no tienes nada que perder.

Aun así no puedes impedir que se introduzca en el castillo. Te detienes ante las almenas, de un altura tal, que ahí debe vivir o un gigante o un constructor de Marbella. Cruzas el puente levadizo sobre el inundado foso, hasta llegar al patio principal. El recinto parece abandonado.

Miras a un lado y a otro intentando averiguar por donde puede haberse colado la conejita. Decides probar en los establos. Decenas de películas porno no pueden estar equivocadas.

En cuanto das un paso hacia allí, comienzan a aparecer soldados de todos los rincones con un único objetivo: matarte. En un golpe maestro de ingenio decides no darles esa satisfacción y te desmayas.

Despiertas a los pies de unos escalones de marfil, en un salón decorado con todo lujo de detalles. El brillo del oro con el que están hechos los rodapiés confiere un color irreal a la tez de las personas que se arremolinan contra la pared. Tienen la mirada fija en ti, con una mezcla de piedad y curiosidad. Te giras hacia los escalones, que llevan a un trono áureo en el que hay sentado una señora con sobrepeso que parece haberse comido el buen gusto. A un lado esta tumbada la conejita y al otro, una especie de soldado con una trompeta, que no duda en tocar durante varios segundos.

- Su majestad la reina Tiagorda va a hablar - anuncia el trompetista tras su solo.

La señora del trono se levanta. Desde luego es el mejor exponente de que algunos nombres dicen todo sobre una persona. Podrías decir que es fea, pero eso seria insultar a las chicas poco agraciadas.

Te levantas para salir de allí corriendo, pero un golpe en tu espalda te hace caer de nuevo al suelo.

- ¡¡De rodillas perro!!- te grita el soldado que te agredió.

La reina interfiere por ti.

- Dejadlo Gustav. Lo quiero entero y bien sano. Miradme - te ordena con voz severa.

No te atreves a mirarle a la cara así que posas tu mirada en el único lugar de su cuerpo que se salva del desastre evolutivo: sus pechos. A ella no parece importarle.

- Te estarás preguntando por qué hice que Regina - señala a la conejita con un gesto- os trajera hacia aquí.

No respondes. Sabes que es una frase retórica y que digas lo que digas, lo único que recibirás será un lacerante golpe en los riñones, cortesía de Gustav. Has visto muchas películas de déspotas reales.

- Necesito un rey.

Levantas la vista perplejo ante las implicaciones que ello conlleva. No ve que lo que más le urge es la visita de un nutricionista.

- Si, comprendo que te sorprenda que alguien con mi magnetismo no tenga un hombre que acompañe sus solitarias noches. Ese no es el problema. Hombres tengo a patadas, pero se me mueren muy pronto.

- ¿Y que puedo ha....?

No debiste abrir la boca. Gustav hunde sus nudillos entre tus omóplatos haciéndote gritar de dolor.

- Gracias Gustav. Te voy a hacer una proposición. Accede a ser mi rey consorte o morirás mañana al amanecer. Tú elijes.


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