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El corneta toca retirada. Cabalgas junto a tus soldados hacia el bosque del cual saliste, parece ahora un siglo. Al llegar a la linde, te das la vuelta y les gritas para que corran más rápido, pues el enemigo se acerca peligrosamente, aunque no tanto como seria de esperar. Decenas de soldados parecen quedar clavados en el sitio.

Heraclito llega a tu posición, con la lengua fuera, acompañado de un anciano sonriente que se limpia las manos en la túnica.

- ¿Qué está pasando alli? - preguntas señalando a los soldados.

- Es cosas de Zenón, comandante.

El viejo sonriente se yergue orgulloso, y toma la palabra.

- Han caído en una trampa lógica. He plantado el terreno con cientos de tortugas, los enemigos intentarán adelantarlas, pero les será imposible, la tortuga siempre irá por delante de ellos.

- ¡Eres un genio! - exclamas con tal fuerza que a punto estás de caer de la montura.

- Lo se.

Gracias a la ayuda de Zenón, el grueso de tus fuerzas consiguen ponerse a salvo entre los gruesos pinos del bosque. Ahora tienes la oportunidad de devolverles la sorpresa. Ordenas que tus hombres se camuflen donde puedan. En cuanto los soldados de Tiagorda hacen acto de presencia, tus soldados salen de sus escondrijos dispuestos a vender cara su piel. Se inicia entonces una batalla campal donde no existe un frente definido, donde no existe sólo tu enemigo y tú, enzarzados en una ancestral lucha por la supervivencia.

Muchos actos heroicos se suceden en ese aciago valle. Ves a Nietzsche lanzarse sobre un pelotón de lanceros al grito de "Nihil homo nihil". Empresa infructuosa pues antes de alcanzarlos cae asaeteado por un puñado de traicioneras flechas.

En algún lugar, Dios se ríe. Ahora es Nietzsche el que no existe.

Tras acabar con decenas de enemigos, te apoyas contra un árbol a reposar tu cuerpo fatigado.
- He matado al jefe - proclama victorioso Epicuro a pocos metros de ti.

- ¿Cómo sabes que es el jefe? - replica una voz entre el gentío.

- No se, iba a caballo y con mucha prisa...

- Ese podría haber sido el cartero, gilipollas - dice otro.

Tras horas de sangrienta lucha, os alzáis triunfante frente a la oscuridad y la tiranía de Tiagorda.
Tras una noche de victoria y alcohol, avanzas con paso tranquilo a lomos de un corcel capturado en un lance, hacia la explanada donde se celebrará la ceremonia de rendición.

Tiagorda te espera allí, compungida y con la mirada gacha, escoltada por tu ayudante de campo, cuya sonrisa compite en brillantez con el mismísimo sol.

Te sientes cada vez más y más ligero, hasta que comienzas a flotar por encima del reino, contemplando a los bravos filósofos menguar de estatura hasta quedar reducidos al tamaño de hormigas.

Te despiertas. El sol brilla con una contagiosa vitalidad. Pones la radio para empezar el día con música.



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