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La barra de hierro del vagón, se cierra sobre vuestros muslos. Os miráis con una sonrisa en los labios, y cogidos de la mano, os adentráis en el oscuro túnel. Cuando pasan los minutos y sigue sin haber una sola luz que ilumine vuestro camino, comienzas a sospechar que no estáis en una atracción normal.

La vagoneta comienza a coger velocidad. Las ruedas chirrían en cada curva, poniendo a prueba la estabilidad del vagón. Te abrazas a Calma para tranquilizarla, mientras sorteáis con celeridad todo tipo de giros.

A lo lejos os parece ver una luz que se va haciendo cada vez mayor.

- ¿Será la salida? - te pregunta Calma.

No lo es, si no la entrada a una nueva estancia en la que centenares de esclavos pican las paredes en busca de diamantes.

Un fornido hindú de más de dos metros de altura, tira de la barra que impedía que salierais del vagón y la arranca como si fuera una frágil rama. Os coge de los brazos y os alza en el aire. A ti te tira al suelo, pero se coloca a Calma sobre el hombro y se da la vuelta.

Corres tras él dispuesto a hacerle pedazos antes de que ponga sus zarpas sobre ella. Coges una piedra y se la lanzas contra la cabeza. No parece notarlo siquiera, pues continua caminando. Calma grita desconsolada, pataleando y golpeando con sus puños menudos, la musculada espalda del hindú.

Te colocas delante de él.

- No puedes pasar de aquí.- amenazas. - Suelta a mi novia.

- ¿Tu novia? - pregunta con gran alegría Calma. -- Oh Aurelio, ¡¡te amo!!

- ¡¡Y yo a ti, Calma!!

Coges un pedazo de viga del polvoriento suelo y golpeas con todas tus fuerzas la cabeza del secuestrador que suelta a tu amada, para comprobar que su cara está en su sitio.

De la mano, corréis a través de un laberinto de galerías, hasta llegar al exterior. Delante vuestra se extiende un valle infinito. Si huyerais por ahí, el hindú os daría captura sin dudar. La única solución es escalar la montaña y rezar para que no se de cuenta de vuestra treta.

Pero no es así y pronto os persigue ladera arriba. Por suerte, Rudex, el dios del amor os ha tomado como protegidos y causa un derrumbamiento bajo el cual perece vuestro perseguidor.
Llegáis exhaustos y cubiertos de polvo a la cima de la montaña. Allí la abrazas como si fuera la primera vez.

- ¿Es esto un sueño? - te pregunta mirándote fijamente a los ojos.

- Si lo es, no quiero despertarme.

Selláis vuestro amor con un beso, bajo el nuevo amanecer en Marte.