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La tranquilidad es un bien que muy pocos aprecian hasta que se ven arrebatados de ella. Puede que para alguien, el pasar semanas y semanas en el mismo lugar, pudiera parecer harto aburrido; pero, ¿cómo describir esos días en compañía del ser más dulce que pudo crear tu subconsciente?

Las primeras horas, te sentiste extraño, conviviendo con ella en las pequeñas estancias de la torre. Erais una pareja, sin serlo. Compartiendo el mismo espacio, el mismo aire, las mismas sensaciones de placidez frente al fuego de la chimenea, durante la fría noche.

Muchos tienen la suerte de saber cómo surgió la chispa de la que prendió el amor, pero tu no te percataste de ello, cuando Calma, tras la cena, te sugirió que os sentarais en la alfombra frente a la chimenea para beber un jerez. Estuvisteis hablando, riendo, disfrutando, hasta altas horas de la madrugada. La luna se despidió del firmamento contemplando en el ultimo instante antes de volver a su reposo diario, como vuestros labios se fundían en un beso inconsciente, quizás producto del alcohol, quizás producto de algo mucho más profundo.

A partir de ese instante, dejó de existir un ella y tú, para surgir con fuerza un vosotros. Comenzaste a verla de otra forma, adentrándote en su interior, aún más bello que sus rasgos físicos.

La preparación del viaje, dejó de ser una excusa para que permanecieras junto a ella, y fueron muchos los inviernos que pasasteis en aquella torre, que había cambiado el olor a azufre del dragón, por el dulce aroma del amor.

Con el tiempo sin embargo, Calma quiso ver a sus padres. Pero esa, es otra historia.