El móvil no deja de sonar. Tus compañeros te miran incomodos, hasta que O decide romper el hielo.
- Son muy pesados con el teléfono, Te lo puedes creer, el otro día recibí un par de sms que decían "salva a la animadora". Malditas quinceañeras, como habra que decirles que no quiero donar dinero para nuevos uniformes.
Volvéis al trabajo. Para ser tu primer día no se te da nada mal, claro que en dos horas no ha habido ninguna incidencia que solucionar.
Cuando ya te has leído un par de veces todos los blogs que tienes en tus favoritos, L aparece por tu cubículo. Quiere que la ayudes a cambiar una bombilla de su despacho. Lo haría ella sola, pero necesita a alguien que le aguante la silla.
Le dijiste al gerente que sólo querías trabajar como informático, pero no puedes negarle nada a unos ojos tan profundos como los que coronan la cara de L.
Se sube a la silla quedando su trasero a la altura de tu cara. Salivando como el perro de Paulov ante un plato de Dogchow dejas de aguantar la silla durante un instante en el cual L pierde el equilibrio y cae como las plumas de oca de una almohada demasiado zarandeada.
Instintivamente extiendes los brazos, sobre los que cae tu compañera, que de inmediato, sin instinto de por medio, rodea tu cuello con sus brazos.
Como si de una teleserie se tratara, aparece tu novia visiblemente enojada.
- Por eso no me cogías el teléfono ¿eh? - grita mientras comienza a tirarte toda clase de material de oficina antes de salir corriendo.
- No es lo que parece - lamentas topicamente.
Sales corriendo tras ella, pero al traspasar la puerta te das cuenta que sigues con L en brazos.
- El cuarto de las fotocopias está libre - te sugiere al oído...